Blogueros políticos y económicos de la República Argentina, agrupados sin distinción de simpatías partidarias, repudiamos el abuso de propiedad en que está incurriendo Artear S.A., impidiendo la difusión de videos que contienen entrevistas y declaraciones de funcionarios públicos y personalidades relacionadas al quehacer político de nuestro país.
En este sentido, y bajo la excusa de proteger derechos de Copyright, Youtube elimina, a instancias de ARTEAR S.A., los contenidos audiovisuales que, pese a ser generados y transmitidos por sus señales, incluyen información de carácter público. De esta manera se cercena la libertad de difusión de la información de interés ciudadano, con grave daño a la libertad de expresión. Un grupo concentrado de medios de comunicación pretende así controlar no sólo la generación sino también la circulación de la información política en el país, interfiriendo en los contenidos elaborados por medios de comunicación independientes.
Por esto, solicitamos que restablezcan las cuentas y los videos injustamente eliminados y se garantice la libertad de difusión y circulación de la información de interés ciudadano tal como lo expresa la Ley de Propiedad Intelectual (Ley 11.723) en su Artículos 27 y 28.
Nos dirigimos a todas las instituciones y personalidades del país y del exterior que defienden la libertad de expresión y de difusión de informaciones solicitando un claro pronunciamiento en defensa de los blogs afectados (Mundo Perverso y Registromundo) y para poner fin a este tipo de maniobras antidemocráticas, que privilegian los intereses corporativos por sobre los derechos de los ciudadanos.
Yo sé que a usted no lo van a engañar ni los diarios, ni la pantalla televisiva, ni las radios manejados por poderosos grupos económicos. Sé también que está informado que De Narváez gasta $ 867.000 por día en su campaña electoral y además, tengo la certeza de que a usted no le convencen “los versos” que pregona la mayoría de los políticos en declinación. (También usted advirtió seguramente que el abogado defensor de Narváez en el caso de la efedrina es Mariano Cúneo Libarona, quien casualmente es el penalista que defiende a Menem en los juicios por sus negociados). Cómo no lo va a saber si usted pertenece a la clase media de la ciudad de Buenos Aires que lee diarios y mira noticiosos televisivos.
Le escribo estas líneas porque sé también que a usted le molestan algunas cosas del kirchnerismo, o muchas.
Le confieso que también a mí me dejan insatisfecho algunos aspectos de esta gestión.
Se lo repito, aunque estoy seguro que usted sabe bien quiénes son “los otros”: los peronistas Menem y Duhalde, los radicales que estuvieron con De La Rúa, el gran consorcio empresario de los Macri y el multimillonario que encubre las aspiraciones de Duhalde pues, como usted sabe, De Narváez no puede ser presidente porque no es argentino nativo. Y hasta algunos “videlistas” como la “procesista” Cecilia Pando, fervorosa representante de los represores y admiradora de Duhalde, es decir, de De Narváez.
Usted los recuerda tan bien como yo, seguramente.
Son los que quieren volver a la Corte Suprema en manos de jueces corruptos como en el 2000, a las humillaciones de la Argentina sometida a “relaciones carnales” con Estados Unidos como en 1998 y subordinada a los planes recesivos del Fondo Monetario Internacional, así como al incesante crecimiento de la Deuda Externa, con Cavallo y compañía.
Usted se acuerda, ¿no es cierto? Seguro que sí: cómo subía todos los días el “riesgo país” y los intereses y el saqueo... Quieren volver a entregar a los financistas especuladores el manejo de los aportes jubilatorios de todos nosotros, volver a la libre importación que destruyó gran parte de nuestra industria y provocó la desocupación, de donde surgió la delincuencia y la inseguridad que todavía sufrimos.
¡Cómo no se va a acordar!
Usted, comerciante minorista que estaba la mayor parte del día con los brazos cruzados esperando clientes que no llegaban en aquella época desgraciada, usted, joven con inquietudes, que estuvo tentado de sumarse a las colas ante las embajadas de España e Italia, junto a tantos amigos que veían cerrados sus horizontes en nuestro país. Y usted, víctima de los negociados de Menem, que llegó a explotar un cuartel para que no se pudieran contar las armas que se habían vendido ilegalmente o estafado por De La Rúa, “el moralista” De La Rúa, que sobornó a los senadores para sancionar la ley de flexibilidad laboral. ¿Se acuerda de esa ley? ¿Se acuerda de los contratos basura? ¿Acaso olvidó que cuando la casa se incendiaba De La Rúa decía por T.V. que le preocupaba la posible extinción de la merluza?
Todos esos son los responsables de aquella Argentina hundida en el fango, en la miseria y la corrupción... y de los cinco presidentes en una semana, ¿se acuerda? Y del “corralito” y “el corralón”, cuando tuvimos que salir a la calle, con las cacerolas, reclamando “que se vayan todos”.
¡No me diga que no se acuerda!
Búsquelos en las listas de la oposición.
Algunos aparecen, otros están escondidos detrás de Narváez y de Michetti, mientras Menem y Duhalde ya se frotan las manos pensando que algunos confundidos van a votar a sus títeres y hasta los amigos de De la Rúa se preparan para rebajar, de nuevo, sueldos y jubilaciones, como en aquella época, cuando López Murphy proponía arreglar la situación económica rebajando a la mitad el presupuesto de educación y salud.
¿No me diga que se olvidó? No puedo creerlo.
Aquello no va más y usted lo sabe.
No lo van a engañar con las pavadas de si Cristina cambia o no de cartera todos los días o si Kirchner vocifera en vez de persuadir.
A ellos les molesta el gobierno por sus aciertos y no por sus errores, y prometen una Argentina venturosa, cuando tienen el proyecto de hacernos volver a los 90.
Porque aquí, mi amigo, se están jugando cosas mucho más importantes que las chicanas que maneja la oposición, precisamente porque no puede desnudar públicamente su proyecto de regreso al pasado: que si el gobierno no hace reuniones de gabinete, que si Néstor influye sobre Cristina y otras “zonceras” en las cuales usted y yo no podemos detenernos cuando la cuestión central reside en cómo nos defendemos de la crisis mundial que va alejar de nuevo a los clientes de los comercios, que va a cerrar de nuevo los horizontes de los jóvenes si vuelven aquellos que fueron responsables de que la Argentina estallara en el 2001.
Con algunas caritas nuevas -juveniles porque tienen tatuaje- ellos quieren tapar su proyecto nefasto: por eso no se sabe si son estatistas o no, si son fondomonetaristas o no, si son latinoamericanistas o no, ni siquiera si son democráticos o no, porque lo que son es el pasado, aquel que usted y yo vivimos, desde el 74 hasta el 2003, cuando ellos gobernaban a favor de los grandes consorcios, de los grandes bancos, destruyendo al país.
Usted sabe, porque está informado, que desde el 2003 se ha bajado la desocupación y ha crecido el Producto Bruto como nunca en nuestra historia y que se vive mejor, aunque el conflicto con el campo desató inflación –más allá de que el INDEC intentase ocultarla- pero que ahora está más o menos controlada.
Usted sabe también, porque no es zonzo, que la Sociedad Rural no salió jamás, en toda su historia ,ni tampoco ahora, a defender la democracia y el bienestar del pueblo, sino a proteger sus vacas y sus reproductores que valen millones, así como sus cuentas bancarias en el país y en el extranjero, que se trata de un reducido grupo de grandes terratenientes y sojeros a quienes sólo les interesa exportar y cuanto menos coman los argentinos, mejor, porque hay más mercadería para vender afuera, mientras tienen a los peones “en negro” y de pata al suelo. .
Yo sé que usted entiende todo esto, pero le doy esta alerta porque, después, los males los pagamos todos. Y también le advierto que no conviene jugar al divisionismo, votando a una supuesta izquierda sin chance alguna, la cual -restándole votos al gobierno- beneficia a esa derecha reaccionaria que gobernó casi siempre en la Argentina.
Usted sabe bien que tenemos que terminar con la necedad de La Rúa y la viveza de Menem y Duhalde. Y también sabe que todos queremos un país mejor para nuestros hijos y nuestros nietos, pero los que destruyeron lo que íbamos construyendo, vienen ahora con “el verso” de un mundo mejor cuando siempre fueron la expresión de un mundo peor.
No nos mejorarán, por el contrario, nos destruirán otra vez.
Este gobierno, con sus limitaciones, y desaciertos, abre sin embargo un camino.
Apóyelo por su aciertos, sin por eso dejar de criticar sus errores, y empújelo hacia las transformaciones necesarias que urgen en nuestra Argentina.
Hay lo que hay, estimado amigo, y de todo lo que hay, no vote por el pasado.
Yo sé que usted no va a jugar con fuego: porque ya otras veces ha sucedido que por creer que se vota lo mejor, se destruye lo que es más o menos bueno y volvemos a lo que es decididamente muy malo.
En sus manos está el destino de la Argentina. Estoy seguro que lo comprende
Sería catastrófico que si se equivocan muchos, en el futuro tengamos que llorar juntos.
La nueva ley de “derechos de los consumidores con tarjetas de crédito” favorecerá a miles de trabajadores endeudados y tiende a regular el consumismo desmedido. Los grupos conservadores ya comenzaron a calificar a Obama de populista.
Por Ernesto Semán
Desde Nueva York
A quien quisiera verlo, Dios le envió dos claras señales a la puerta de su casa alertando sobre la crisis que se iba armando en los Estados Unidos. La primera fue cuando la oferta de flamantes tarjetas de crédito saturó los buzones de consumidores que a duras penas podrían cumplir las condiciones que aceptaban de inmediato a lo largo y ancho del país. La segunda fue cuando, súbitamente, esas invitaciones para sumarse sin costo alguno al mundo del consumo desapareció de la correspondencia de cada día. Pocas historias expresan la sobreexpansión del consumo de los últimos 15 años tan bien como el círculo perfecto del auge y colapso del consumo con tarjeta, antesala de la crisis más importante desde la Depresión. De ahí que el presidente Barack Obama haya hecho de la regulación de las tarjetas de crédito su primera ley importante por fuera del paquete de estímulo. Y de ahí que valga la pena preguntarse si la misma ley que firmó la última semana aliviando las presiones financieras para millones de trabajadores, al mismo tiempo no está generando las mejores condiciones para repetir los mismos pasos que condujeron al colapso.
Obama presentó la ley (“declaración de derechos de los consumidores con tarjetas de crédito) el viernes último, montado sobre un apoyo casi unánime del Congreso y las asociaciones de consumidores. No es poca cosa para un gobierno cuyo vicepresidente, Joe Biden, ha sido el más férreo defensor de las compañías de tarjetas de crédito (en su mayoría con sede legal en su estado, Delaware). Hasta la cadena Fox, quizás el enemigo más articulado al gobierno de Obama, dio a entender su apoyo a la ley, “porque al fin y al cabo, el populismo es como las agujas de un reloj descompuesto, que aunque no funcione da la hora exacta dos veces al día.” Tanta unanimidad y tan poca resistencia deberían servir para despertar sospechas sobre sus alcances. En verdad, la ley sólo es imaginable en el clima del último año, más simpático a la intervención directa del Estado y a la mayor regulación de la vida económica, pero tiende a controlar una variedad de abusos difíciles de defender. A Obama le permite arrancar con un gol de ventaja para encarar en el verano norteño reformas que serán infinitamente más difíciles, sobre todo las referidas al sistema de salud.
La ley, que entra en vigencia a lo largo de este año, limita los tiempos y montos en los que las compañías pueden incrementar los intereses sobre las deudas con tarjeta, extiende y facilita las formas de pago de las mismas, pone condiciones a las penalidades contra los morosos y permite a éstos agrupar sus deudas de la forma más económica (es decir, en función de las tasas más bajas). Más allá de las deudas, también obliga a las empresas a una mayor información sobre sus costos y establece más límites para el otorgamiento indiscriminado de tarjetas a menores de 21 años, un nicho privilegiado del mercado de tarjeta, justamente por su propensión a endeudarse.
La nueva ley mejora la estructura de gastos de millones de endeudados, en su enorme mayoría trabajadores. Esta semana, el gobierno difundió hasta el hartazgo el dato de que el 80 por ciento de los norteamericanos tienen tarjetas de crédito, y cerca de la mitad acarrea deudas de distinto tipo. Mirado de cerca, el mapa es un poco menos catastrófico. Las tarjetas con deuda llegan al 45 por ciento del total de tarjetas, y aunque la deuda promedio es de 9000 dólares, la media ubica al 50 por ciento de esas deudas cerca de los 2000 dólares. En blanco sobre negro, sólo un 15 por ciento de los norteamericanos tienen tarjetas con deudas superiores a los 2000 dólares, algo que difícilmente pueda ser descripto como una catástrofe nacional. Para esos 45 millones de norteamericanos, los beneficios de esta ley son inmediatos. Y también lo serán para otros tantos millones que destinan parte de sus ingresos a pagar tasas y adicionales que las compañías incluyen en la ya famosa letra chica del contrato. Pero para la economía norteamericana en general, el impacto del endeudamiento para adquirir propiedades, autos y educación es muchísimo mayor.
La regulación de las tarjetas, más bien, puede ser una oportunidad para revisar en el largo plazo las pautas de consumo generales que mueven a los Estados Unidos, marcadas por un sistema de ofertas que no invita a ahorrar en las compras sino a gastar más de lo previsto. No es casual que la otra papelería que satura los buzones y que ha sobrevivido a la desaparición de las tarjetas son los cupones, un mundo de talonarios que permiten comprar con descuentos en negocios de todo tipo. En cualquier casa norteamericana que se precie, la conversación sobre un nuevo televisor, un juego de platos o una cena afuera sólo prospera cuando se despliegan sobre la mesa una multitud de cuponcitos que en su conjunto pueden reducir hasta un 30 por ciento del precio del producto en cuestión.
El funcionamiento de los cupones en la economía doméstica es similar al de los incentivos que ofrecen las tarjetas: empieza por incrementar la capacidad de compra del salario real con descuentos y ofertas y termina por destruirlo mediante un incremento del consumo y una disminución de la capacidad de ahorro. En una perversión intrínseca al calvinismo norteamericano, lo que inicialmente aparece como una forma de consumo prudente y ahorrativa, sigue con un foco en cuidar la capacidad de compra de los ingresos y termina por erosionar la prudencia inicial en favor de una expansión del consumo por arriba de lo originalmente previsto. No por nada la empresa Valpak (una de las grandes distribuidoras de cupones en Nueva York) se vanagloria de que el término “coupons” registre más búsquedas en Google que “Britney Spears,” el nombre propio que reina entre los buscadores de Internet.
La verdad es que para Obama lidiar con la voracidad del consumo puede resultar mucho más difícil que regular las tarjetas. En el acto del viernes, el presidente dijo que la nueva ley “no significa un apoyo” a aquellos que “han incurrido en un gasto imprudente” al “comprar más que lo que pueden pagar... Quiero ser claro en esto: no perdonamos ni condonamos a aquellos que han actuado irresponsablemente”. Es decir, a los beneficiarios inmediatos de la ley. La muletilla obamiana se monta sobre una idea que difícilmente él comparta, según la cual todos ingresan al mercado y toman sus decisiones de consumo con igual grado de libertad e información. Y se hace eco, de paso, de una gran cantidad de voces que predicen que el colapso de este año cambiará por sí mismo los patrones de consumo norteamericanos a favor de mayor prudencia y menor despilfarro.
La ilusión de que el efecto disciplinador de una crisis es más poderoso que la imponente tendencia a reproducir las mismas conductas es común en estos casos. Lamentablemente, países expertos en crisis recurrentes como la Argentina muestran un futuro menos esperanzador. Bajo una variedad de regímenes en los ‘80, los ‘90 y el 2005, siempre alcanzaron unos pocos meses de estabilidad y recuperación del salarial real para descubrir súbitamente una necesidad casi física de reequipar el living familiar, incorporar la filmadora al blog del joven emprendedor o adquirir el iphone aun antes de que en la Argentina funcione. Lo que en Estados Unidos se llama “coupons” en Argentina se llama comprar en el exterior: al amparo de la apertura promovida por el Estado, o eludiendo las regulaciones que el mismo procure imponer, centenares de miles se vuelcan periódicamente a adquirir en Miami o Nueva York bienes más baratos que en Buenos Aires, a fin de poder expandir el consumo más allá del cálculo original. Si de algo sirve la experiencia de reincidir rutinariamente en crisis económicas, es para saber que no importa cuán mal se vean las cosas, siempre se puede estar peor.